Una sombra vegetal descansa sobre un fragmento de piel irreconocible. Las nervaduras de una hoja revelan surcos de un paisaje imaginario. Una colección de lunares se pierden entre los pliegues de un pellejo añoso. Un limbo descolorido en plena transformación por la ausencia de luz. Paula Dornan muestra una selección de inquietantes imágenes en formato instalación.
Sabemos que la fotografía permite registrar imágenes de la realidad… y dicen que la piel confiesa nuestras emociones; allí habitan los recuerdos, anidan rastros del tiempo vivido y cicatrices fortuitas de la existencia. Entonces podemos conjeturar que la artista, a través de su mirada sensible, retrata algunos momentos para (re)construir el vínculo del ser humano con la naturaleza. Quizás pueda parecer que una imagen no tiene nada que ver con la siguiente y su valor radica en esa unidad independiente que conforma una potente construcción visual en la que Paula Dornan vislumbra una memoria afectiva que la conmueve. Imagino que la artista recrea un poético herbolario de emociones con la disciplina de un botánico que ordena su colección y también con la paciencia de una poetisa que busca las palabras precisas para sus decires.
El proyecto expositivo pone en evidencia la elocuente relación existente entre la melanina de la piel y la clorofila de las plantas como el elemento transformador acortando distancias entre el universo vegetal y la especie humana. Esa analogía que sustenta el trabajo meticuloso de la artista se convierte en un acto poético que concluye con un corpus tan intenso como delicado, tan sutil como emocionante. Y ante la obra, tal como dice la poeta citada al inicio, la artista también nos enfrenta a la fragilidad que somos, entre la melancolía y la ilusión de Ser jardín.
Gustavo Insaurralde
Chaco. Argentina/2024